
"(...) Andamana no era la misma. Lo dejó de ser cuando el humo asfixió su adolescencia y el fuego su gracioso joven rostro. La muerte trágica e inesperada de su madre pareció hundirla en un mundo gris e insensible, y sobre sus delicados hombros cayó el peso de muchos años aplastando su juventud. Sin embargo, no se refugió en la locura o la desesperación, ni se marchitó su vitalidad como su belleza. Los dos largos años en los que estuvo recluida en Chipude, recuperándose de sus graves heridas, la hizo más fuerte. Sus lágrimas se endurecieron para nunca más volver a llorar. Ni siquiera las siguientes desgracias ensombrecieron su mirada. (...)"
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