viernes, 22 de febrero de 2013

TAGOROR


El cuerpo, atado y tembloroso del joven, fue presa fácil de las rudas y fuertes manos de los fayacanes que lo arrastraron hasta la pared del fondo, donde lo empujaron, desplomándose bruscamente sobre la arena. La desesperación del condenado se transformó en llanto y pánico a medida que escuchaba la sentencia, mientras se revolvía intentando ponerse en pie sin conseguirlo. Luego surgieron los gritos de dolor al recibir los impactos precisos de las piedras que rebotaban en su cuerpo ensangrentado. Los desgarradores gritos se fueron ahogando hasta adormecerse. Momentos después, los lamentos de los familiares también se alejaron, siguiendo la estela del cuerpo inerte, que fue arrastrado al exterior del recinto. El triste y tierno recuerdo se mezclaba con el remordimiento de aquel padre que había visto suplicar a su hijo pidiéndole perdón por haberlo ofendido, delito que era castigado con la máxima pena.

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