domingo, 17 de febrero de 2013

Tinguifaya


"(...)Al llegar hasta el caserón, Andamana vio una cruz sobre la puerta del muro, no había otra igual, era tal y como había contado Louisa. Sin saber por qué, Andamaba se estremeció y se oyó un profundo suspiro, como si hubiese tardado en salir media vida. Nuevamente se estremeció cuando oyó un chirrido, mientras seguía de pie, sin dejar de mirar la puerta a escasos metros. La puerta se abrió lentamente, como si fuese la primera vez, como si estuviese esperando, cansada pero paciente, que cayese la pesada ristra de largos años que colgada sobre ella para poderse abrir.
La vieja salió con dificultad, con el balde en la mano, y, agarrándose a la pared, subió calle arriba. Sus gruesas piernas, cansadas de tantos sinsabores, parecían estar hechas de venas reventadas que se enredaban entre ellas y, como con un gracioso baile cortesano, se desplazaban lentamente, haciendo oscilar exageradamente aquel cuerpo encorvado, pintado por canas entristecidas, que salían del pañuelo negro. Sus ropas casi no se distinguían, como si fuera parte de su piel seca y escamada. Andamana la siguió, bastó unos metros para alcanzarla (...)"

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