"(...)Al llegar hasta el caserón, Andamana vio una
cruz sobre la puerta del muro, no había otra igual, era tal y como había
contado Louisa. Sin saber por qué, Andamaba se estremeció y se oyó un profundo
suspiro, como si hubiese tardado en salir media vida. Nuevamente se estremeció
cuando oyó un chirrido, mientras seguía de pie, sin dejar de mirar la puerta a
escasos metros. La puerta se abrió lentamente, como si fuese la primera vez,
como si estuviese esperando, cansada pero paciente, que cayese la pesada ristra
de largos años que colgada sobre ella para poderse abrir.
La vieja salió con dificultad, con el balde en
la mano, y, agarrándose a la pared, subió calle arriba. Sus gruesas piernas,
cansadas de tantos sinsabores, parecían estar hechas de venas reventadas que se
enredaban entre ellas y, como con un gracioso baile cortesano, se desplazaban
lentamente, haciendo oscilar exageradamente aquel cuerpo encorvado, pintado por
canas entristecidas, que salían del pañuelo negro. Sus ropas casi no se
distinguían, como si fuera parte de su piel seca y escamada. Andamana la
siguió, bastó unos metros para alcanzarla (...)"
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